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  • Foto del escritorBasílica Guadalupe

Día 31. El tesoro del Ave María

Actualizado: 22 feb

Hoy compartiremos algunos párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica dedicados a la oración del Ave María. Son una verdadera joya que resumen nuestra fe y nuestra confianza en la Madre de Dios. También escucharemos a San Luis María acerca de la Consagración total que él nos propone.


En comunión con la santa Madre de Dios

2673 En la oración, el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Único, en su humanidad glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial nos pone en comunión, en la Iglesia, con la Madre de Jesús (cf Hch 1, 14).


2674 Desde el sí dado por la fe en la Anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y a las hermanas de su Hijo, “que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y las miserias” (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de Él: María “muestra el Camino”, es su Signo, según la iconografía tradicional de Oriente y Occidente.


2675 A partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios. En los innumerables himnos y antífonas que expresan esta oración, se alternan habitualmente dos movimientos: uno “engrandece” al Señor por las “maravillas” que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en todos los seres humanos (cf Lc 1, 46-55); el segundo confía a la Madre de Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios, ya que ella conoce ahora la humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo de Dios.


2676 Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Avemaría:


“Dios te salve, María (Alégrate, María)”. La salutación del ángel Gabriel abre la oración del Avemaría. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a alegrarnos con el gozo que Dios encuentra en ella (cf So 3, 17)


“Llena de gracia, el Señor es contigo”: Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquel que es la fuente de toda gracia. “Alégrate [...] Hija de Jerusalén [...] el Señor está en medio de ti” (So 3, 14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el Arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es “la morada de Dios entre los hombres” (Ap 21, 3). “Llena de gracia”, se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo.


“Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”. Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel. “Llena [...] del Espíritu Santo” (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie de las generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48): “Bienaventurada la que ha creído... ” (Lc 1, 45): María es “bendita [... ] entre todas las mujeres” porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las “naciones de la tierra” (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre.


2677 “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros... ” Con Isabel, nos maravillamos y decimos: “¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1, 43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra; podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora por nosotros como oró por sí misma: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en la voluntad de Dios: “Hágase tu voluntad”.


“Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la “Madre de la Misericordia”, a la Toda Santa. Nos ponemos en sus manos “ahora”, en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora, “la hora de nuestra muerte”. Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo, y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso.


2679 María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos en nuestra intimidad (cf Jn 19, 27) a la Madre de Jesús, que se ha convertido en la Madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y orarle a ella. La oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María. Y con ella está unida en la esperanza (cf LG 68-69).


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San Luis María Grignion de Montfort, "El Secreto de María", Segunda parte.

ELECCIÓN DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN

1. ES UNA CONSAGRACIÓN TOTAL

28 Consiste en consagrarte totalmente, con plena disponibilidad, a María, y por Ella a Jesucristo. Te comprometes, por tanto, a hacerlo todo con María, en María, por María y para María. Me explico:


29 Escogerás un día importante para hacer la consagración. Que consiste en una ofrenda total y voluntaria, inspirada en el amor y madurada en plena libertad, de tu cuerpo y de tu alma, con tus bienes exteriores de fortuna, tales como casa, familia y renta, y tus bienes interiores del alma, a saber: méritos, gracias, virtudes y satisfacciones.

Como puedes darte cuenta, esta consagración a Jesús por María incluye la renuncia a cuanto más aprecias. Es un sacrificio no exigido por ningún instituto ni orden religiosa. Es la renuncia al derecho de disponer de ti mismo y del valor espiritual de tus oraciones, limosnas, mortificaciones y buenas obras. Dejándolo todo a disposición absoluta de la Santísima Virgen, quien puede aplicarlo, como Ella quiera, para la mayor gloria de Dios, que sólo Ella conoce perfectamente (...).


31 ¡Sí! Confía también a la Santísima Virgen tus propios méritos para que te ayude a conservarlos, acrecentarlos y embellecerlos. No para que los distribuya, pues los méritos de la gracia santificante y de la gloria son incomunicables.

María podrá, en cambio, aplicar a quien lo desee el valor satisfactorio e impetratorio de todas tus oraciones y buenas obras. Si después de consagrarte así a María quieres aliviar a un alma del purgatorio, orar por la salvación de un pecador o por un amigo, y aplicar a estas intenciones tus oraciones, limosnas, mortificaciones y sacrificios, puedes hacerlo, pidiéndolo humildemente a María y conformándote a su voluntad, aunque no la conozcas. Persuadido de que María, escogida por Dios para comunicarnos sus gracias y dones, no podrá menos de aplicar el valor de tu actividad a la mayor gloria de Dios.


32 He dicho que esta devoción consiste en una consagración a María. Consagración tan plena y definitiva que puede compararse a una esclavitud (...). Hablo sí de la esclavitud de amor y voluntad. Que es una consagración total a Dios por María, del modo más perfecto en que una creatura puede entregarse a su Creador (...).


34 ¡Feliz, una y mil veces, el que, después de haber sacudido en el bautismo la tiránica esclavitud del demonio, se consagra a Jesús por María, en perfecta y total disponibilidad!

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