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  • Foto del escritorBasílica Guadalupe

Día 17. Abrir el corazón a la Misericordia

Actualizado: 22 feb

Llegamos al final de esta segunda etapa. Hoy dedicaremos nuestro día a dejar que el Señor nos muestre con misericordia nuestros pecados. Para ello leeremos una catequesis del Papa Francisco sobre el Sacramento de la Reconciliación y dedicaremos tiempo a examinar nuestra conciencia con la ayuda de algunas preguntas sugeridas por el mismo Pontífice.


El mayor anhelo de nuestra Madre es que nos unamos más a su Hijo Jesús, y reconozcamos ante Él nuestra humilde condición para que Él tenga misericordia de nosotros.



El sacramento del perdón.

Ante todo, debemos recordar que el protagonista del perdón de los pecados es el Espíritu Santo. En su primera aparición a los Apóstoles, en el cenáculo, Jesús resucitado hizo el gesto de soplar sobre ellos diciendo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 22-23). Jesús, transfigurado en su cuerpo, es ya el hombre nuevo, que ofrece los dones pascuales fruto de su muerte y resurrección. ¿Cuáles son estos dones? La paz, la alegría, el perdón de los pecados, la misión, pero sobre todo dona el Espíritu Santo que es la fuente de todo esto. El soplo de Jesús, acompañado por las palabras con las que comunica el Espíritu, indica la transmisión de la vida, la vida nueva regenerada por el perdón.


Pero antes de hacer el gesto de soplar y donar el Espíritu, Jesús muestra sus llagas, en las manos y en el costado: estas heridas representan el precio de nuestra salvación. El Espíritu Santo nos trae el perdón de Dios «pasando a través» de las llagas de Jesús. Estas llagas que Él quiso conservar. También en este momento Él, en el Cielo, muestra al Padre las llagas con las cuales nos rescató. Por la fuerza de estas llagas, nuestros pecados son perdonados: así Jesús dio su vida para nuestra paz, para nuestra alegría, para el don de la gracia en nuestra alma, para el perdón de nuestros pecados. Es muy bello contemplar a Jesús de este modo.


Y llegamos al segundo elemento: Jesús da a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. Es un poco difícil comprender cómo un hombre puede perdonar los pecados, pero Jesús da este poder. La Iglesia es depositaria del poder de las llaves, de abrir o cerrar al perdón. Dios perdona a todo hombre en su soberana misericordia, pero Él mismo quiso que quienes pertenecen a Cristo y a la Iglesia reciban el perdón mediante los ministros de la comunidad. A través del ministerio apostólico me alcanza la misericordia de Dios, mis culpas son perdonadas y se me dona la alegría. De este modo Jesús nos llama a vivir la reconciliación también en la dimensión eclesial, comunitaria. Y esto es muy bello. La Iglesia, que es santa y a la vez necesitada de penitencia, acompaña nuestro camino de conversión durante toda la vida. La Iglesia no es dueña del poder de las llaves, sino que es sierva del ministerio de la misericordia y se alegra todas las veces que puede ofrecer este don divino.


Muchas personas tal vez no comprenden la dimensión eclesial del perdón, porque domina siempre el individualismo, el subjetivismo, y también nosotros, los cristianos, lo experimentamos. Cierto, Dios perdona a todo pecador arrepentido, personalmente, pero el cristiano está vinculado a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia. Para nosotros cristianos hay un don más, y hay también un compromiso más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial. Esto debemos valorarlo; es un don, una atención, una protección y también es la seguridad de que Dios me ha perdonado. Yo voy al hermano sacerdote y digo: «Padre, he hecho esto...». Y él responde: «Yo te perdono; Dios te perdona». En ese momento, yo estoy seguro de que Dios me ha perdonado. Y esto es hermoso, esto es tener la seguridad de que Dios nos perdona siempre, no se cansa de perdonar. Y no debemos cansarnos de ir a pedir perdón. Se puede sentir vergüenza al decir los pecados, pero nuestras madres y nuestras abuelas decían que es mejor ponerse rojo una vez que no amarillo mil veces. Nos ponemos rojos una vez, pero se nos perdonan los pecados y se sigue adelante.


Al final, un último punto: el sacerdote instrumento para el perdón de los pecados. El perdón de Dios, que se nos da en la Iglesia, se nos transmite por medio del ministerio de un hermano nuestro, el sacerdote; también él es un hombre que, como nosotros, necesita de misericordia, se convierte verdaderamente en instrumento de misericordia, donándonos el amor sin límites de Dios Padre. También los sacerdotes deben confesarse, también los obispos: todos somos pecadores. También el Papa se confiesa cada quince días, porque incluso el Papa es un pecador. Y el confesor escucha las cosas que yo le digo, me aconseja y me perdona, porque todos tenemos necesidad de este perdón. A veces sucede que escuchamos a alguien que afirma que se confiesa directamente con Dios... Sí, como decía antes, Dios te escucha siempre, pero en el sacramento de la Reconciliación manda a un hermano a traerte el perdón, la seguridad del perdón, en nombre de la Iglesia.


El servicio que el sacerdote presta como ministro de parte de Dios para perdonar los pecados es muy delicado y exige que su corazón esté en paz, que el sacerdote tenga el corazón en paz; que no maltrate a los fieles, sino que sea apacible, benévolo y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en los corazones y, sobre todo, que sea consciente de que el hermano o la hermana que se acerca al sacramento de la Reconciliación busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús para que les curase. El sacerdote que no tenga esta disposición de espíritu es mejor que, hasta que no se corrija, no administre este Sacramento. Los fieles penitentes tienen el derecho, todos los fieles tienen el derecho, de encontrar en los sacerdotes a los servidores del perdón de Dios.


Queridos hermanos, como miembros de la Iglesia, ¿somos conscientes de la belleza de este don que nos ofrece Dios mismo? ¿Sentimos la alegría de este interés, de esta atención maternal que la Iglesia tiene hacia nosotros? ¿Sabemos valorarla con sencillez y asiduidad? No olvidemos que Dios no se cansa nunca de perdonarnos. Mediante el ministerio del sacerdote nos estrecha en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite volver a levantarnos y retomar de nuevo el camino. Porque ésta es nuestra vida: volver a levantarnos continuamente y retomar el camino.

Papa Francisco, Audiencia General, 20 de noviembre de 2013



¿Cómo prepararse para la confesión?

Al preguntarle “¿qué consejos le daría a un penitente para hacer una buena confesión?”, el Papa Francisco respondió: Que piense en la verdad de su vida frente a Dios, qué siente, qué piensa. Que sepa mirarse con sinceridad a sí mismo y a su pecado. Y que se sienta pecador, que se deje sorprender, asombrar por Dios” (Papa Francisco, El nombre de Dios es misericordia, Planeta Testimonio, p. 28- 29)


EXAMEN DE CONCIENCIA DEL PAPA FRANCISCO

Consiste en interrogarse sobre el mal cometido y el bien omitido: hacia Dios, el prójimo y nosotros mismos.


En relación a Dios

¿Solo me dirijo a Dios en caso de necesidad?

¿Participo regularmente en la Misa los domingos y días de fiesta?

¿Comienzo y termino mi jornada con la oración?

¿Blasfemo en vano el nombre de Dios, de la Virgen, de los santos?

¿Me he avergonzado de manifestarme como católico?

¿Qué hago para crecer espiritualmente, cómo lo hago, cuándo lo hago?

¿Me revelo contra los designios de Dios?

¿Pretendo que Él haga mi voluntad?


En relación al prójimo

¿Sé perdonar, tengo comprensión, ayudo a mi prójimo?

¿Juzgo sin piedad tanto de pensamiento como con palabras?

¿He calumniado, robado, despreciado a los humildes y a los indefensos?

¿Soy envidioso, colérico o parcial?

¿Me preocupo de los pobres y de los enfermos?

¿Me avergüenzo de la carne de mi hermano, de mi hermana?

¿Soy honesto y justo con todos o alimento la “cultura del descarte”?

¿Incito a otros a hacer el mal?

¿Observo la moral conyugal y familiar enseñada por el Evangelio?

¿Cómo cumplo mi responsabilidad de la educación de mis hijos?

¿Honro a mis padres?

¿He rechazado la vida recién concebida? ¿He colaborado a hacerlo?

¿Respeto el medio ambiente?


En relación a mí mismo

¿Soy un poco mundano y un poco creyente?

¿Cómo, bebo, fumo o me divierto en exceso?

¿Me preocupo demasiado de mi salud física, de mis bienes?

¿Cómo utilizo mi tiempo?

¿Soy perezoso?

¿Me gusta ser servido?

¿Amo y cultivo la pureza de corazón, de pensamientos, de acciones?

¿Nutro venganzas, alimento rencores?

¿Soy misericordioso, humilde, y constructor de paz?


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